Paris fue sede de una espectacular Exposición Universal, fue visitada por cerca de cuarenta millones de personas.
Mostró ante todo una realidad: la extraordinaria confianza que Europa tenía en sus valores y en el futuro.
La ascendencia del pensamiento, del arte, de la literatura, de la música (Wagner, Verdi, Puccini) europeos, era en 1900 indiscutible.
Londres era en ese año «el corazón del mundo» (en palabras de H. G. Wells).
Paris era el centro del arte y de la vida elegante, que tenían su prolongación en Montecarlo, la Costa Azul, Brighton, el Lido veneciano, la Riviera italiana, Baden-Baden, Biarritz (y cerca de esta, y para España, en San Sebastián).
Berlín, Viena, Praga, Múnich, Barcelona, Roma, Florencia eran los epicentros de la modernidad.
El mundo parecía fascinado por el legado histórico y artístico de la civilización europea: el mejor novelista norteamericano, Henry James (1843- 1916), hizo de ello el tema de varias de sus mejores obras (Daisy Miller, Retrato de una dama, La copa dorada).
Magnates americanos como Frick, Mellón o Isabella S. Gardner compraron fabulosas colecciones de pintura europea.