2.3. Macondo, la construcción imaginaria de un pueblo.
Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio.
Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos”. Cien años de Soledad (Editorial Sudamericana,1964)
La inspiración sobre Macondo le llegó a García Márquez cuando a los 15 años volvió con su madre a Aracataca para vender la casa de sus abuelos y ahí vivenció el contraste entre las imágenes idealizadas de su infancia y la realidad de un pueblo que le resultó triste y quedado en el tiempo.
Macondo se convierte así en otro protagonista de la historia que a lo largo de sus páginas crece, decae, renace y se trasforma junto a la estirpe Buendía. Uno de los gitanos de la historia, Melquíades, una noche creyó encontrar una predicción sobre el futuro de Macondo que le vaticinaba convertirse en ciudad real y moderna. “Sería una ciudad luminosa, con grandes casas de vidrio, donde no quedaba ningún rastro de la estirpe de los Buendía”. Sin embargo, José Arcadio Buendía lo corrige y le dice, “No serán casas de vidrio sino de hielo, como yo lo soñé y siempre habrá un Buendía por los siglos de los siglos”. Macondo, imaginaria y eterna.