La inmortalidad del alma platónica constituyó una novedad filosófica en su época. Una doctrina extraña a los griegos proveniente del Orfismo y el Pitagorismo y que va a permitirle al filósofo establecer la posibilidad de que los hombres conozcan lo verdaderamente real, las ideas, escapando así de lo puramente fenoménico.
El hombre puede conocer la verdad porque no es un elemento más de la materialidad siempre fluyente, a la deriva en el ámbito de la sensibilidad.
El hombre es un ser privilegiado, consciente del distinto lugar que ocupa dentro del cosmos; partícipe de una inteligencia (el fuego divino prometeico) que no es de este mundo. Su naturaleza es puramente racional, un modo de ser intermedio: ni pura sensibilidad ni pura materialidad.