Sin duda, gran parte de Europa, tal vez el 50% de la Europa occidental y un 90% de la Europa del Este seguían siendo una Europa rural. Pero ello era en parte engañoso.
Londres, con 6,5 habitantes en 1900, era el centro financiero del mundo, un puerto fluvial de actividad trepidante e intensa, y el principal núcleo industrial de su país.
Centralizaba la red nacional de carreteras y ferrocarriles, que basculaban sobre sus grandes estaciones (Victoria, Paddington, Euston, Waterloo).
Desde 1900-1910 disponía de una completa red de metro electrificada. Tenía autobuses urbanos desde 1904, y taxis desde 1907.
Era el centro del gobierno y del Imperio británico, administrado desde Whitehall.
Estaba bien dotado de grandes hoteles, restaurantes y cafés de lujo (como el Royal, local favorito de Oscar Wilde); de grandes museos y centro de arte (el Museo Británico, la Galería Nacional, la Galería Tate abierta en 1897, el Museo Victoria y Alberto de 1909).
Londres era la capital del consumo con grandes almacenes como Harrod’s (1905), Marks and Spencer (1907) y Selfridges (1909), además del comercio de lujo para la aristocracia y la alta sociedad en calles como Bond y Jermyn.